martes, 2 de noviembre de 2010

Que si una semilla no muere no puede dar fruto, es una idea que se ha arraigado profundamente en mi mente . Pero en la muerte hay dolor, no tanto para quien la sufre sino para quienes viven la pérdida.

El proceso de muerte de una estructura para dar vida a otra es un suceso de dimensiones épicas. Para qué explicar que, si es difícil dejar una estructura, es más difícil que la estructura nos deje.
Otro punto es cómo, el mundo en que vivimos, tiende a la entropía (tendencia el desorden) y hay que esforzarse por producir sintropía (la unidad y el orden). Aunque estos son términos un poco complicado de entender, es mejor sólo pensarlo como "lo que nos separa" (entropía) y lo que nos hace uno (sintropía). Es obvio que lo que nos une es Cristo, eso es lo que decimos, pero no es lo que comunicamos. Lo que comunicamos es que, lo que nos une, es la estructura a la que denominamos "iglesia". Este choque entre lo que decimos y mostramos es un factor determinante del por qué parece que la Iglesia no avanza como debiera. Esta hecho ya lo había hecho notar Jesús:

"Una casa dividida contra sí misma, se derrumba."

Aunque esta frase parece un poco exagerada, no es exagerada la importancia que dan los "líderes espirituales" a "servir el Reino", igualando el Reino con la iglesia local en vez de igualarlo al reinado de Jesús en la tierra o a Jesús mismo.

En nuestra historia, aunque nos separamos para multiplicarnos, el amor a Jesús y la misión de mostrar a los demás el amor de Cristo a través de nuestra vida en relación con quien no le conoce, hizo que el miedo inicial de terminar de ser una congregación tradicional de domingo disminuyera y, el deseo de poder ser de influencia en los entornos en donde vivimos, nos inspiró lo suficiente como para dar el paso que, hace mucho tiempo atrás, debimos dar.

¿El próximo problema con que tuvimos que lidiar? Llegar a ser una iglesia tradicional, pero en nuestros entornos.