jueves, 5 de noviembre de 2009

Nos reunimos por casi un año y algo en el mismo lugar, la mayoría de las veces, a la misma hora y, siempre, haciendo las mismas cosas. Eso nos mató. Nuestro objetivo era "compartir el evangelio", que las personas "fueran salvas", pero nunca supimos que pasaba a nuestro alrededor. La gente estaba cayendo, no había una finalidad que teviera que ver con las personas, las cosas se hacían porque se tenían que hacer y, para nuestra decepción, empezó a suceder lo mismo que en el lugar de donde salimos.

¿Cuál era la solución? ¿había alguna?

Las cosas deben destruirse para poder rehacerlas completamente. Incluso, se debe limpiar el material con el cual fueron hechas para volver a reconstruir algo puro. Eso fue lo que hicimos. Una reunión, una palabra y una determinación en la cual no había acuerdo ¿Cómo nos vamos a separar? ¿Qué significa eso? ¿acaso se puede crecer cuando una parte del cuerpo está separada? Eran preguntas válidas, preguntas que tenían que ver con prejuicios, con costumbres y con visiones y paradigmas, formas de ver el mundo, que se nos había enseñado. Pero el asunto era el siguiente: cambiar o morir. Y de una forma morimos, y de una forma esa muerte nos cambió.

Ya no hubo viajes a otros lugares para asistir a la congregación. Hicimos eco de que la iglesia no es "dónde" sino es "quienes". Eso nos ayudó. "Que la gente sea transformada por el amor de Cristo" fue la conclusión, y no sólo quien no conoce a Cristo, sino también quien lo conoce y debe seguir su transformación.
"Equipando a la congregación con el conocimiento necesario para trabajar social y culturalmente en el entorno del cual venimos" fue la forma de hablar de nuestra misión... digamos que este fue el principio, la primera parte del proceso...

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