Una semana después nos juntamos en la casa de una de las personas que salió de la anterior congregación junto con otras 15 a 20 personas. Ls caras no eran de las mejores, había incertidumbre ¿por qué seguir juntos? ¿no es más fácil ir a otra iglesia, una iglesia donde todo esté listo? Las dos vías eran totalmente distintas, una era fácil e iba directo a estar tranquilos y cómodos en lugares donde no conocíamos mucha gente y en el que, tal vez, si era una congregación más o menos grande, pasaríamos inadvertidos. Este camino nos llevaría a ser espectadores. El otro camino era más difícil. Crear una nueva comunidad, un nuevo lugar donde la gente se encontrara con Dios para entender que, ese lugar, se encuentra en cada uno de nosotros.
Nuestro primer encuentro estuvo llenos de recuerdos, lleno de pensamientos y tristeza cubierta con rabia, dos emociones que no se complementan muy bien. Cantamos con fuerza en una casa llena de personas, llena de ideas y de fuerza.
Comenzamos la historia buscando lo que Dios quería hacer y, con la firme convicción de que no queríamos cometer los mismos errores por los cuales nuestra antigua congregación se había quebrado.
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